Si, por su influencia explicativa e impulsora, podría atribuirse el año 1776 a Thomas Paine, 1789 a Montesquieu, 1917 a Marx o 1934 a Keynes, 2020 ha sido el año de Nassim Taleb: porque 2020 es el año en el que un cisne negro nos ha dado la oportunidad de revelarnos antifrágiles.
Porque fenómenos vividos en los últimos meses, como las cuarentenas masivas, los cierres perimetrales de países, regiones y provincias o los toques de queda eran tan inopinados en 2019 como lógicamente imprevisibles. Porque el desastre, la incertidumbre y la tensión nos han permitido oponer al golpe lo que los anglófilos y los esnobs llaman “resiliencia” para sobrevivir y florecer en el desorden, porque los músculos no crecen sin contracción ni impacto, precisamente porque son, en palabra del teórico libanés, “antifrágiles”. Las crisis, sean sanitarias, económicas, sociales, o todo a la vez, son el entrenamiento imprescindible para el crecimiento, sin el que solo cabría la atrofia. Porque, como dejó escrito Albert Camus, “¿qué quiere decir la peste?: es la vida y nada más”.
No, 2020 no ha sido “el peor año posible”, sentencia dictada por la infausta portada de la revista Time. Si todavía tienen dudas, imagínense con qué gesto desencajado los bizantinos, atribulados por la plaga de Justiniano en el siglo VI (que redujo en hasta un 26% la población mundial de la época), hubiesen contemplado nuestras coreografías de enfermeras. Qué mueca de perplejidad hubieran dirigido las víctimas del cólera decimonónico a los aplausos en los balcones, mientras España se convertía, por falta de medios técnicos y de competencia gestora, en el país más peligroso para ejercer la profesión sanitaria.
Las comparaciones sensacionalistas solo hacen justicia a quienes venden sensaciones, cuando la verdad sufre de anosmia. Porque peor que perder el olfato es perder el equilibrio y precipitarse al miedo. Como sucede con tantos otros vicios adictivos, en última (y en primera) instancia si compramos o no terror depende solo de nosotros. Si somos antifrágiles, compraremos esperanza.
Parecía que nuestra generación iba a ser la primera en gozar de una prosperidad incontestable y de un futuro garantizado. Que la gran escala en la enfermedad y la catástrofe económica era algo ya vencido, reducido a un residuo atávico de un pasado peor, como la mortalidad infantil o el trabajo esclavo, no por trágicos menos anecdóticos. Cuál no habrá sido nuestro asombro, cuando 2020 nos ha demostrado no solo hasta qué punto éramos vulnerables, sino también cuánto nos parecíamos a los que nos precedieron en nuestra arrogancia, desinflada hasta la humildad por el pinchazo de la historia. Porque cada generación nace con el orgullo de creerse libre de los males de las anteriores y con el prejuicio de la superioridad moral, que tan eficazmente corrige el tiempo. Ahora ya sabemos bien que no éramos mejores. Pero, ¿somos distintos?
Si hay algo que tienen en común las crisis es que concluyen. Si hay algo que tenga de especial nuestra época es que nunca antes gozamos de tantos recursos, tan eficaces, para reparar, mejorar y reconstruir lo dañado. La maza que nos ha postrado también nos ha dado la oportunidad de impulsar una economía que aproveche la tecnología en todo su potencial para la producción, para la venta y para la comunicación; un sistema sanitario no solo robusto (por eficiente, nunca por sobredimensionado), sino también flexible, que a modo de los mejores ejércitos disponga de capacidad ociosa fácilmente movilizable para lidiar con fenómenos explosivos, y una mentalidad social, en el marco de una sociedad libre, que comprenda que la libertad individual implica también la responsabilidad colectiva de negarnos temporalmente actitudes satisfactorias en lo personal pero nefastas en lo social.
Una cualidad básica de la antifragilidad es la adaptación. El mundo no se ha detenido porque ha cambiado, pero esta vez no a la manera lampedusiana (“para que nada cambie”).
Solo la innovación rompe la decadencia de los ciclos y nuestra pandemia, enfrentada a la tecnología, ha roto el ciclo de la presencialidad. Como dejamos dicho en nuestra entrevista de octubre para el organismo asturiano de promoción de las exportaciones, ASTUREX, la coyuntura “ha reforzado nuestros puntos de vista en torno a la flexibilidad orientada a objetivos y nos ha permitido ofrecer con éxito alternativas a los servicios tradicionales que, no obstante, ya existían, tales como las versiones telemáticas de las agendas de reuniones individuales, las misiones comerciales agrupadas directas o las misiones inversas. Tales alternativas han experimentado un auge al impulso de unos impedimentos que serán, en cualquier caso, temporales, pero que cuando desaparezcan habrán permitido comprender, por fin, al grueso del sector que disponemos de unas tecnologías cuyo uso y adopción permiten ahorrar costes importantes, con mermas poco relevantes de impacto en el resultado final”.
En la misma dirección abunda nuestra entrevista de abril sobre el impacto de la COVID-19 en la actividad económica y comercial.
Durante 2020 hemos ejecutado asesorías y proyectos en línea para más de 150 empresas, en el contexto tanto de misiones comerciales (para varias CC.AA.) y servicios individuales, como de seminarios e informes ofrecidos en el formidable marco de EXTENDA sobre la situación económico-epidemiológica en Rusia, entre los que destacan nuestro último webinario, del 4 de noviembre, y nuestro informe sobre la COVID-19 del 27 de noviembre (formato cortesía de nuestros colegas de la oficina de Italia).
Antifrágil es también aunar esfuerzos para crecer más allá de la suma de nuestras partes. En 2020 Rusbáltika ha comenzado a construir formalmente una alianza estratégica que ya había existido ‘de facto’ durante años. La constitución de una unión temporal de empresas en España con ESKZ Global, consumada el pasado mes de noviembre bajo el nombre de “Agencia Euroasiática de Desarrollo Comercial”, es solo el primer paso hacia una integración profunda de equipos altamente competentes, que nos permitirá ofrecer servicios de excelencia desde Europa Occidental y Escandinavia hasta el extremo oriente de Rusia y la pujante región de Asia Central, con un potencial de desarrollo extraordinario durante los próximos años
Paralelamente, nuestra empresa ha brindado su apoyo y patrocinio a la asociación de antiguos alumnos del Instituto de Comercio Exterior de España (ICEX Alumni), cuya delegación en Rusia tengo el honor de representar desde el pasado mes de marzo.
El futuro inmediato es incierto: no podemos preverlo. Pero sí podemos hacer de la incertidumbre una buena razón para no perder nuestra antifragilidad. Porque, como puso Tolstói en boca del príncipe y mariscal Kutúzov, “los dos guerreros más poderosos con los que se puede contar son la paciencia y el tiempo”. Él triunfó contra el general táctico más grande de todos los tiempos. Lo que nos toca a nosotros es mucho más fácil.
José María Rodríguez Clemente
Managing Director & Partner